En el recuerdo del olvido.
Estar en la cima de la montaña es como la lluvia borrando lentamente las letras en una hoja de papel; las dificultades fueron simplemente eso.
La eternidad sembrada en nuestros corazones pone en manifiesto nuestra memoria, esa que el viento, el sol, la lluvia y los senderos más escabrosos serán silentes testigos de nuestro caminar.
Ahora, simplemente basta con esperar el tiempo necesario para contemplar tanto como el alba y el ocaso, alzar nuestras manos en agradecimiento; la pesadez y el cansancio han desaparecido.
Esa sensación de tocar el cielo y, en la clausura de la noche, contemplar la brillante estrella de la mañana que irradia los primeros minutos del día.
Agradecer estar en ese lugar en el que nada del mundo podría sacarnos.
Salmos 103:1
Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
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