LA TINTA QUE DESVANECIÓ A UNA GENERACIÓN.

"Hey vicho danos la gorra y la feria que andas, y no saques pecho que te vamos a cuetiar". Me dijo un cipote flaco. Traté de ver a mi alrededor si alguien me ayudaba ante el circulo que me habían hecho aquellos cipotes para que no corriera, ni me negara a darles lo que me pedían, pero la poca gente que estaba esperando el bus fue más lista y se fueron corriendo al ver a los cinco jóvenes que venían avanzando como dueños de la calle. 

Venían tres primero sin tatuajes visibles, pero los dos que venían después, venían caminando más lento, con sus gorras que tapaban parte de los tatuajes que tenían en la cara. Gracias a Dios solo me quitaron mi gorra y los $3 dólares que cargaba.

Soy de El Salvador, vi los primeros cipotes que llegaron deportados a mí Colonia allá por mediados de los años '90, con su ropa tipo cholos, y sus tatuajes de los barrios de los Angeles California. Poco a poco fueron perdiendo el temor y se acercaban a jugar basketball con nosotros, y nosotros perdimos el temor de preguntar del porque los habían deportado, a lo que ellos al final de cada partido nos sentábamos y nos empezaban a contar como es que habían llegado hasta ese punto de su vida. 

Muchos de mis amigos parecían gustarles aquellos relatos. En las semanas siguientes ya aquellos jóvenes con sus mallas en la cabeza, camisetas y pantalones tumbados perecian con más confianza entre aquellos cipotes que habíamos crecido en aquel pequeño barrio.

Algunos de mis amigos ya usaban apodos que los jóvenes deportados les contaban. Ya no era muy común escuchar mis "cheros" esto fue cambiando por mis "homeboys". La cancha de básquet ya no era la misma, poco a poco fue cambiando de un juego de pelota, a un lugar para tatuarse, consumir licor, sexo y experiencias con drogas.

Gracias a Dios fui distante con ese ambiente, fueron los más chicos que seguían como fieles discípulos a los jóvenes deportados, que cada semana eran más los que habían llegado. Con mis otros amigos preferimos usar un horario diferente para practicar deporte.

La vida que fueron formando aquellos jóvenes en nuestro barrio, se volvió sombría, ellos empezaron a frecuentar la famosa esquina de la tienda "Roxana". Es en esa esquina en donde empezaron a formar una cultura de violencia. 

Estuve en el funeral de dos de mis amigos cercanos, ellos dejaron de frecuentar la cancha de básquet, por estar con "los de la Rox". Y fue cerca de este lugar en donde otros chicos de otro barrio les llegaron a disparar. Fue triste ver a jóvenes de entre los 15 y 18 años, morir por pleitos de territorio o simplemente estuvieron en fuego cruzado.

Deje el barrio como a los 21 años, pero lastimosamente, fue el país completo el que se convirtió en un barrio que los pandilleros forjaron e implementaron una cultura destructiva en mi pequeño país. 

Hoy a mis 47 años de edad, me preguntas si es justo lo que está pasando con los pandilleros en El Salvador. Lo que pienso es que, "Sí, es necesario". Los que vimos crecer este cáncer en nuestro país, sabemos que hay que honrar la vida de las personas que perecieron inocentemente, y esperar que sea Dios el que termine de escribir está parte de la historia. "Las ideas tienen consecuencias", es una gran verdad.





Entradas populares